Como diría Ray Loriga sobre Jim Morrison o Dennis Hopper, nunca salgas a la calle sin sentirte como Tom Waits. Sentirte como Tom Waits no te convierte en Tom Waits, pero no sentirte como Tom Waits te convierte en casi nada.
¿Es Tom Waits el tipo mas cool del planeta aun pareciendo un espantapájaros urbano? Lleva un gastado sombrero negro siempre caído sobre el ojo izquierdo, un traje demasiado pequeño, quizás elegante en otro cuerpo, un abrigo que es a la vez demasiado grande y demasiado pequeño, siempre puntiagudos zapatos negros, con los que patea cualquier puerta que quiere abrir, barba de dos días, y su eterna perilla bajo el labio. Parece haber pernoctado en un barril de cerveza a la puerta de cualquier bar de mala muerte. O haberse escapado de cualquier película de Tim Burton ( ¿por qué no le diste un papel cuando hacías buenas películas Tim?). Como él mismo gruñe: “llevo un águila tatuada en el pecho, solo que en este cuerpo más parece un petirrojo”.
Su voz es un carraspeo escabroso, áspera y yerma como un paisaje de Oklahoma, Arkansas, Texas… Voz quejosa, rascosa, macerada en whisky, rota como un coche abandonado en la cuneta de una interestatal americana. Una voz que podría guiar barcos en la más densa niebla, comunicarse con los cantos de sirenas. Siempre cantando en lo que parecen lenguajes extinguidos de bárbaros, vikingos o visigodos.
Tom Waits es un juglar leproso con voz rota, un bufón, un artista de vodevil de los años 40, el rey del cabaret brechtiano. Sus canciones te llevan a vecinos golpeando paredes, a coches abandonados, anuncios de neón, trenes lentos y sonoros, peleas de parejas, vasos medio vacios, discusiones de bar.
Siempre que te imaginas a Tom Waits lo haces caminando por una carretera de eterna recta, vagabundeando al más puro estilo Kerouac en “On The Road”, en un bar donde te encontrarías a Bukowski relamiendo un vaso, donde Bandini busca a sus musas, bares que parecen cerrados incluso cuando estas dentro, que no te dan prestado más que una buena patada en el culo. Mugrientos bares de ciudad o polvorientos de carretera.
Compone canciones subido a un taxi, mirando por la ventana, anotando lo que ve; putas, anuncios de lavanderías, sirenas de policía, gritos… e intenta ponerlo todo en una canción. La música en el mundo Waits parece sonar mejor a través de las paredes de un hostal barato de L.A, a través de un megáfono de policía, de un tocadiscos viejo y destrozado. Canciones cantadas bocabajo, si es posible con la cabeza dentro de un retrete mugriento y con un ventilador girando cerca raspando algo con sus hélices.
Para Tom Waits la música, los instrumentos, son algo distinto. Es como si a un niño le regalas un juguete y se pone a jugar con el envoltorio. Compra instrumentos de miles de dólares y va al lavabo y la tapa cayendo sobre el inodoro le atrae más. Como un mono con un soplete.
Se supone que iba a hablar de la música de Tom Waits… quizás en otra entrada.
Nos quitamos el sombrero por usted Mr Waits.
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