“Mal tiempo para votar”, así empieza José Saramago su “Ensayo sobre la lucidez”, una novela donde una vez más el premio Nobel de 1998 nos invita a la pausa y a la reflexión sobre el mundo en que vivimos. Esta vez pone su ojo crítico en la clase política que nos gobierna y que rige nuestros designios, la clase política en cuyas manos está nuestro presente y nuestro futuro, y lanza una advertencia a la vez que un llamamiento a acabar con esta ceguera pasiva que nos inunda: “Puede suceder que un día tengamos que preguntarnos Quién ha firmado esto por mí”. De esta manera nos hace ver que en nuestra actitud, en nuestras decisiones individuales hay más poder del que creemos, cada uno en su foro interno puede tener su particular momento de lucidez y despertar del letargo en que el sistema nos hunde y empequeñece.
Una vez más una ciudad imaginaria de Portugal, una vez más una novela cargada de significado y casi vacía de ornamentación narrativa, así lo hace ver el autor en algún que otro pasaje apuntando que el lector posiblemente haya reparado en la escasa descripción del entorno que rodea a los personajes de la novela, y es que una vez más el núcleo de la novela son los protagonistas del libro y sus perfiles psicológicos, la manera que tienen de enfrentarse a las situaciones que Saramago inventa. Esta vez la metáfora que usa el portugués no es una epidemia de ceguera sobre la ciudad (Ensayo sobre la ceguera) o una huelga de la Muerte (Las intermitencias de la muerte), esta vez la insólita situación que se cierne sobre nuestra ciudad imaginaria es una plaga de lucidez sobre la mayoría de sus habitantes, que deciden votar en blanco en unas elecciones democráticas. Ante tal anormal comportamiento por parte de la ciudadanía la clase dirigente actúa sacando su peor versión, tira de violencia si es necesario, manipula (con el voluntario beneplácito) los medios de comunicación, y sitúa como principal prioridad el mantenimiento de su reputación, aunque para ello haya que inventarse y encontrar algún culpable que tenga que ser castigado para dar ejemplo. Realmente todo son situaciones en las que, si nos paramos a pensar, es muy fácil encontrar similitudes en el mundo real.
Tres personajes destacan sobre el resto de protagonistas de la novela, cada uno representa un grupo de los que conforman la sociedad en el momento del ataque de lucidez, por un lado está la protagonista de “Ensayo sobre la ceguera”, la mujer que fue la única que no perdió la vista en la novela de 1995, en ella Saramago representa la honestidad, lucidez y bondad que debería reinar en una sociedad utópica, por otro lado tenemos al Ministro del Interior que encarna lo peor de nuestros políticos, soberbia, falta de escrúpulos, abuso de poder, corrupción, etc, y en último lugar un comisario de policía que iniciando la novela de parte de los “ciegos” acaba perteneciendo al grupo de los “lucidos” una vez que conoce a la mujer antes referida, un personaje entrañable este del comisario, un hombre que acostumbrado a cumplir órdenes y actuar con mano firme despierta de su particular letargo y descubre que él antes que nada es también un humano con sentimientos, sensibilidad y capacidad de raciocinio, un personaje en el cual todos nos podemos ver reflejados y el cual nos puede mostrar el camino que nos traza Saramago.
Si al libro a veces le falta algo de frescura y colores, debido a su carácter utópico y vació de realidad, queda compensado con un excelente final, un desenlace desesperanzador que nos devuelve a la cruda realidad, es como si el autor nos hubiera querido decir “Lo que acabas de leer es simplemente una novela, un sueño, una reflexión, pero con estas últimas líneas te devuelvo a la sociedad en la que habitas y a la que no debes de juzgar con ojo crítico”
Por Caarte.
Por Caarte.
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