Mahler no quería que sus sinfonías fueran programadas en los conciertos junto con otras obras, y así lo expresó porque deseaba que los oyentes de sus monumentales composiciones fueran abducidos por el torrente de sonido, temas y expresiones de su música, no dejando lugar a nada más, aislarse del mundo por hora y media y entrar en contacto con la vida, la muerte, el sufrimiento, la naturaleza, etc. Y ciertamente Gustav Mahler consigue ese efecto en el espectador que entra en el teatro con sus problemas, sus alegrías y sus minucias, y de repente se ve envuelto en el mundo mahleriano, en un mundo de idas y venidas de enorme complejidad y absoluta totalidad.
“Mi sexta sinfonía plantea un enigma cuya resolución solamente la gozará aquella generación que haya digerido mis otras cinco sinfonías”, la sexta sinfonía de Mahler es de una notable complejidad, como todas las suyas, pero esta si cabe un poco más, no es fácil de oír y disfrutar y está repleta de cambios ambientales y de distintos escenarios anímicos.
En boca de su esposa Alma Mahler ninguna otra sinfonía es tan autobiográfica como la sexta, "ninguna llega tan directamente del fondo del corazón como esta, es la mas personal de todas a la vez que profética”. Bautizada como “La Trágica” el argumento principal de la composición es la lucha del hombre contra el destino, la lucha del hombre contra la muerte.
La lucha es patente sobre todo en el primer movimiento, donde una marcha triunfante preside el movimiento, escrito en la manera clásica de forma sonata el movimiento descansa en un pasaje muy lírico para luego volver a la lucha.
El segundo movimiento y el tercero son alternados en función del director que ose interpretar la obra, así lo hizo Mahler en su día colocando el tierno y bellísimo andante en segundo lugar o siendo este segundo movimiento ocupado por el magnífico a la vez que riquísimo en matices scherzo.
La apoteosis de la sinfonía llega con el cuarto movimiento, un finale de mas de media hora de duración donde llegamos al desenlace de toda la tensión acumulada durante los tres movimientos anteriores, es la lucha propiamente dicha, con sus crecidas en fuerza, sus descansos, sus subidas y bajadas, su energía y debilidad. Mientras escribía esta obra en 1903 y 1904 el compositor recorría uno de los pasajes mas felices y distendidos en su sufridora y problemática vida, se había casado y tenía una hija, aún así la sinfonía le salió trágica plenamente, puede que fuera por el carácter profético que anuncia ya que al poco la vida le va a deparar tres golpes muy duros y de los que jamás se podrá recuperar: la muerte de su hija de cuatro años de edad, su dimisión de la ópera de Viena por su condición judía y el diagnóstico de una afección cardiaca que acabaría con su vida años después, es por ello que unos años mas adelante Mahler suprimiría uno de sus tres imponentes martillazos del cuarto movimiento, debido a su carácter supersticioso no deseaba que el martillo pudiera ser una metáfora de su propia vida.
A diferencia de casi el resto de sus sinfonías donde el desenlace es esperanzador y triunfante, en esta su sexta sinfonía, Mahler se resigna a la dura realidad, esa realidad donde la muerte (no solo del hombre sino de una manera de entender el mundo) se impone a la vida del impetuoso pero pequeño ser humano. La sinfonía acaba de una manera realmente trágica, en medio de la lucha se desencadena el inesperado final, la expiración del combatiente nos pilla a todos por sorpresa, no hay lugar para esos finales tan grandiosos y culminantes que oímos en otras de sus diez sinfonías.
A diferencia de casi el resto de sus sinfonías donde el desenlace es esperanzador y triunfante, en esta su sexta sinfonía, Mahler se resigna a la dura realidad, esa realidad donde la muerte (no solo del hombre sino de una manera de entender el mundo) se impone a la vida del impetuoso pero pequeño ser humano. La sinfonía acaba de una manera realmente trágica, en medio de la lucha se desencadena el inesperado final, la expiración del combatiente nos pilla a todos por sorpresa, no hay lugar para esos finales tan grandiosos y culminantes que oímos en otras de sus diez sinfonías.
Por Caarte.
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