Intentar una mirada imparcial en torno a la actual poesía chilena es un trabajo casi imposible, soberbio y hasta ingenuo. La continua renovación del género impide poseer la distancia y la objetividad necesarias en este tipo de análisis que, en todo caso, no pretende, ni lejanamente, instaurar un canon o, más aún, agotar el tema. Se trata entonces de una lectura personal y basada en algunos criterios que apuntan más bien a la representatividad de los autores, a la emergencia de sus voces y al placer de la lectura íntima del que aquí suscribe.
Es común en estos días oír bastante sobre la poesía chilena. La estatura de las figuras de Nicanor Parra y Gonzalo Rojas (consagrados y vueltos a consagrar continuamente por casi todas las instituciones y premios de España e Hispanoamérica) han refrescado en los lectores la imagen de una tradición marcada esencialmente por la voz de Pablo Neruda (cuyo centenario nos ha inundado con su vida y obra) y, para aquellos que conocen más de esta poesía, con las presencias de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro o Pablo de Rokha. De alguna forma, se ha hecho justicia con ambos poetas y se ha reconocido la importancia de la ya mítica generación de 1938, notabilísima en sus autores y propuestas (y quiero destacar también las obras de Eduardo Anguita, Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle y de aquellos surrealistas del grupo “Mandrágora”). Aún así, la poesía chilena pareciera detenerse en ese momento histórico para la mayoría de los lectores españoles. De vez en cuando algunas editoriales reeditan las obras de Enrique Lihn, Oscar Hahn o Raúl Zurita, pero no es común que (salvo la excepción de los jóvenes Javier Bello y Leonardo Sanhueza, premiados recientemente y editados por Visor) se pueda hablar de una divulgación real de la poesía chilena. De sobra está señalar que falta urgentemente una antología completa, al menos de los últimos cuarenta años, para “iluminar”, aunque sea parcialmente, el panorama de la actual lírica chilena.
Frente a este desconocimiento es alentador poder esbozar algunas ideas y situar algunas obras de los poetas que han ido continuando una fértil tradición que hoy podría catalogarse como pluridireccional, heterogénea y superpoblada de nombres. En este sentido lo primero que hay que subrayar es la obvia coexistencia de las llamadas “generaciones” que se superponen en producción y en figuración en el pequeño escenario de las letras de Chile. Así junto a Rojas o a Parra, otras presencias insoslayables son las de Enrique Lihn, Miguel Arteche, Armando Uribe Arce, Stella Díaz Varín (de la generación de 1957, conocida como “de los años cincuenta”) junto a Floridor Pérez, Jaime Quezada, Manuel Silva Acevedo, Waldo Rojas, Hernán Miranda, Oscar Hahn (también recientemente premiado y editado en España), Omar Lara, Gonzalo Millán y tantos otros de la generación de 1972 (tradicionalmente señalada como “de los años sesenta”). Así, sin querer transformar estas páginas en un miope e inútil listado de nombres, aparecen –casi como un fenómeno de la naturaleza- “oleadas” de poetas que por su rápida iniciación y vigencia, hacen tambalear cualquier intento de categorización desde el punto de vista generacional. De esta forma, surgen la “generación de los ochenta” (o del ’87, o “de la dictadura”, o “N.N.” ), la “generación de los noventa” (o del 2002) y, en estos días, una novísima generación, sin rotular aún (¿la del Bicentenario?), que comienza a dar sus primeros frutos en libros o revistas de escasa circulación, pero que intenta “instalarse” con pie firme. Sin la necesaria perspectiva ante tan atiborrado paisaje, casi resulta más práctico y hasta más justo, hablar más que de “generaciones”, de “promociones”. Pareciera que los años de formación, los años de vigencia, etc. de cada generación no alcanzan a cumplir los plazos tradicionales que la crítica apunta en el sentido más canónico. Por otra parte, a pesar de los rasgos distintivos de estas promociones, existen líneas comunes que pueden unir a los distintos autores produciéndose una serie de vínculos intergeneracionales que hablan de una ligazón distinta a las que se conocían antiguamente. En este derrotero hay que apuntar al cambio de muchos poetas desde un discurso político, ideologizado y comprometido a una escritura más actual, con las problemáticas propias de la democracia, del mundo globalizado, de los temas tradicionales de la poesía universal. Pero el problema más interesante, es la aparición constante de voces nuevas (algunas “clasificables” en grupos, promociones o generaciones) y su casi nula consolidación en la conciencia de los lectores. Muchos libros, pocas revistas literarias, casi ninguna crítica periodística y casi ningún estudio, reseña o mención en la crítica académica, complican el afianzamiento y consistencia de estos autores. Tanto es así, que la poesía ha sido desplazada en la mayoría de la prensa y de las revistas académicas por los artículos y ensayos en torno al pequeño “boom” que se ha conocido en torno a los jóvenes y no tan jóvenes narradores chilenos. Las suspicacias aquí son muchas y, obviamente, apuntan a estrategias de mercado y publicidad de las casas editoriales más que a una justa valoración de este fenómeno.
Ante tan confuso panorama, me parece indispensable mencionar, sin ánimo de categorizar nada, las líneas que antes apuntaba como principales en la poesía chilena actual.
Por Andrés Morales (Colaboración)
Preocupante escaner, me gustaría saber qué hacen las universidades en relación al quid tocado en este artículo. Allí, se supone, se encuentran las cabezas pensantes, las especializaciones y las vanguardias. Me parece que también estamos faltos de buenos analistas literarios que dediquen esfuerzo y tiempo a la literatura chilena contemporánea, más allá de la elite de escritores más estudiados, conocidos y reconocidos.
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