sábado, 15 de octubre de 2011

La Posmodernidad, un contraste con lo Moderno

En primer lugar, antes de adentrarnos en una visión crítica de la Posmodernidad, es preciso señalar que ésta se concibe en contraposición a lo que se conoce como época Moderna. Entendiéndose esta última como el gran proyecto humano cuyos orígenes históricos se remontan al siglo XVIII —el Siglo de las Luces—. Se caracteriza como una gran revolución ideológica en contra de los poderes teocráticos, que sustituye las creencias religiosas como método para explicar el mundo por el análisis y la razón. Se acompaña de un optimismo y una fe ilimitados en que el progreso científico e industrial traería abundancia de bienestar para las sociedades humanas. Se inician en esa época los grandes movimientos ideológicos de la M. cuyo común denominador era la construcción de Modelos sociales, políticos y económicos que hicieran posible la confluencia de lo bueno, lo bello y lo justo.

En torno a lo señalado con prelación, cabe destacar que fue un período marcado por fuertes revoluciones, las que se sustentan fundamentalmente en bases ideológicas, destacando así los ideales ilustrados . Conforme a éste es menester enfatizar que como todo movimiento intelectual histórico, tuvo sus repercusiones en los más diversos ámbitos del saber humano, siendo su principal manifestación la creación de L'Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers , la que pese a las críticas llevó a cabo su cometido, el que tenía por finalidad proveer a los lectores un compendio del conocimiento existente, abarcando de este modo una vasta heterogeneidad de aspectos y áreas, propugnando así las bases de una sociedad más racional y humana, capaz de juzgar a través del intelecto y el conocimiento la realidad existente.

En lo concerniente a los influjos que este movimiento tuvo, es posible encontrar su expresión estética en el Neoclasicismo, cuya denominación deriva del retorno a los clásicos, considerando a los escritores griegos y latinos como modelos a imitar; ése es el origen de la palabra Neoclasicismo; movimiento que privilegió la razón frente a los sentimientos. Presentando un marcado carácter crítico, didáctico y moralizador, cuya influencia alcanzó los modelos económicos, políticos y sociales imperantes. De la misma forma su representación musical se manifestó a través del Barroco, caracterizada por una gran riqueza instrumental, contrastes melódicos y rítmicos, siendo su máximo exponente Antonio Vivaldi (Sacerdote italiano, gran violinista y compositor de óperas). Conforme a lo anterior se atisban los conatos de la Iglesia Católica en su pretensión de captar adeptos al cristianismo por intermedio del deleite que la música causa en los sentidos, no obstante, los ideales ilustrados lograron una trascendencia que no tan sólo marcaría un hito en este siglo, sino que dejaría una huella indeleble en los tiempos venideros, ocasionando de esta manera dos revoluciones que estamparían con brasas fulgurantes la historia de la humanidad.

Las revoluciones a las que hago alusión son la Independencia de los estados Unidos y la Revolución Francesa, esta postrema mediada por ideas de líderes intelectuales, tales como Montesquieu, Rousseau y Voltaire. Todos ellos prominentes filósofos Ilustrados que pretendían esclarecer los dogmas de la Iglesia, el mundo y los sucesos acaecidos en él, a la luz de la razón. Esta revolución estuvo fundada a raíz de los graves problemas que se estaban viviendo en esta nación, cuya hegemonía absolutista estaba en decadencia por innumerables deudas económicas, por el dinero que demandaba mantener los privilegios y sobre todo por el estilo Dionisiaco de vida que llevaban.

En consecuencia a esta insurrección, se sintetizará y efectuará tangiblemente la ideología Ilustrada, a través de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, proclamada por la Asamblea, cuyas consignas “Igualdad, libertad y fraternidad”, constituirán los cimientos para la conformación de la sociedad Contemporánea.

Haciendo referencia a otro de los procesos acaecidos, que están intrínsecamente relacionados con el pensamiento posmoderno, se distinguen los rasgos de secularización, los que a lo largo del siglo XVIII estuvieron desmesuradamente latentes y que en conjugación con la Revolución Francesa alcanzaron su clímax. Situación que concatenará en las próximas décadas no tan sólo un creciente laicismo, siendo éste uno de los mayores cismas de la iglesia Católica, sino que se manifestará una progresiva ruptura con agentes políticos y sociales que regulan la vida pública.

Realizando un epítome, la Edad Moderna cuyo auge fue el siglo de las Luces. Fue una etapa de la humanidad que atravesó múltiples procesos y de índole disímil, comprendiendo niveles ideológicos, culturales, políticos y económicos. Sin embargo, el contexto social fue el mayor de sus causantes, ya que a partir de éste se configuran los otros factores. Vislumbrando así una Francia que se encontraba al borde de la banca rota, por culpa de un sistema tributario anticuado, agravado además en su aplicación por unos abusos inveterados, una práctica jurídica arbitraria por culpa de los privilegios de clase, una sucesión de gobiernos débiles e ineficaces, una corte derrochadora y una administración corrompida hasta sus cimientos .

Retomando el tema que nos compete, “La posmodernidad” o también entendida como época Contemporánea, va a forjarse en base a lo anteriormente señalado, vale decir, como se ha planteado desde el principio de este ensayo, se concebirá en antítesis a los preceptos Modernos. No obstante, lograr una posible definición de esta época, no es el fin último al que se quiere llegar, puesto que ante todo está marcada por un amplio pluralismo, siendo éste uno de sus rasgos más determinantes, ya que denota desde un primer momento una gran diversidad, tanto ideológica, política, cultural y más aún si se perciben las formas de expresión. Siendo este último punto, de suma importancia, ya que “el progreso”, trajo consigo la libertad de expresión.

Una de las consignas más claras de la Modernidad era la libertad, ésta tras innumerables revoluciones, guerras, conflictos ideológicos, hizo deparar una sociedad donde manifestar las opiniones fuera parte del día a día, en fin escuchar la palabra “libertad de expresión”, es algo que ya nos parece “normal”, incluso ha llegado a ser tan común, que hasta se ha vuelto trivial. Pero se nos olvida cuánto costó obtenerla, creemos que es un derecho innato, que nos ha pertenecido desde siempre, pero esto no es más que un comportamiento irracional y propio de seres desmemoriados, que pese a que la ilustración nos cedió un impulso impetuoso, cuyo afán didáctico se ha masificado, hemos caído en decadencia y más aún, esto se ha vuelto peor que antes, ya que más vale ser una persona sin conocimientos, que un ilustrado que no quiere ver la realidad que existe en derredor.

Hago un llamado a que utilicemos aquello por lo que tanto han luchado nuestros predecesores, hagamos uso de nuestra libertad y expresemos aquello que nos causa inconformismo, manifestemos nuestras opiniones, seamos críticos, enjuiciemos nuestros propios actos y que así seamos capaces de fraguar una sociedad cada vez mejor, cuyo fin progresista, no tan sólo se convierta en un fin, sino que lleguemos a concretarlo.

Es así que no puedo dejar en el tapete un tema tan trascendental como el que se vive en Asia, puesto que hablar de libre expresión en Occidente, no es lo mismo que en Oriente. Y esto queda de manifiesto tan sólo al contemplar en nuestro diario vivir, gracias a los mass media (medios masivos de comunicación), realidades que viven distintas culturas, estilos de vida muy diferentes al que acostumbramos, ya que por ejemplo, algo tan típico como a lo que acostumbran los jóvenes, que es el chat, allá no se puede utilizar, ya que persiste una prohibición continúa a usar estos medios, incluso si uno quiere tener su propia página web, ya sea un blog o de cualquier índole, simplemente no podrá, ya que se les han impuesto trabas y penalizaciones por el sólo hecho de querer dar a conocer su opinión.

Situaciones como éstas en un mundo “progresista”, término que tanto está en boga, son inaceptables, no podemos decir que estamos avanzando, que hemos progresado, cuando en realidad se nos ultraja de este modo. Todos tenemos derecho a la libertad, ésta ha sido un derecho que nos hemos granjeado a través de la historia, mucha sangre fue derramada para conseguirla y no podemos permitir que ésta nos sea coartada por quienes nos gobiernan.

Otras de las problemáticas vigentes es el tema de la desigualdad, cuyo fundamento también se ubica en las consignas modernistas. La lucha por la igualdad es una realidad que tiene precedentes desde tiempos remotos y, por consiguiente, el ser humano ha tenido que enfrentarse a ellas continuamente. Es por ello que si pretendemos caracterizar esta época, no podemos “hacer vista gorda” a tales escenarios. De tal modo que si hablamos de desigualdad, ésta debe analizarse desde raíz y la raíz de toda sociedad se encuentra en la familia, siendo ésta el núcleo fundamental de la sociedad y precisamente, es desde el seno del hogar donde observamos las primeras muestras de desigualdad. Un ejemplo de ello, es el caso de las nanas, donde muchas veces deben ejercer de madres sustitutas y, en efecto, las mismas dueñas de casa consideran que cumplen un rol fundamental en la crianza de sus hijos, no obstante, persisten prácticas a las que estamos tan habituados, que las hacemos de modo casi inconsciente, es así que a la hora de la merienda a las nanas no se les permite sentarse con los patrones, siendo que es vista como una integrante más, pero es en situaciones como éstas donde se percibe jerarquización social, lo que no deja de ser importante en nuestra conformación como sociedad a la hora de hablar de desigualdad, ya que es el hogar nuestro primer educador y es aquí donde se irán construyendo nuestras concepciones sociales y sistema de valores.

Si bien, nociones de disparidad encontramos desde nuestras familias, éstas se hacen aun más visibles en el instante de compartir un mismo sistema social, es decir, al vivir en comunidad. En primera instancia, porque vivir en comunidad, hace alusión a un nivel social más elevado, el que querámoslo o no trae consigo una distinción, traduciéndose en labores, que pese al arduo trabajo son menospreciadas, mal pagadas y discriminadas consciente o inconscientemente, lo que nos crea una forma de percibir tales trabajos con displicencia y clasificarlos desde un primer momento como de menor categoría, viéndose de esta manera quienes los desarrollan, perjudicados salarial y socialmente.

Pero esto es tan sólo una parte de la realidad, ya que toda relación interpersonal implica un compromiso con el otro, pero el problema surge cuando ese otro es distinto a mí, relación que muy a menudo adquiere un carácter peyorativo. Ejemplo de ello es, cuando una empresa requiere personal calificado para desempeñar una determinada labor, pero resulta que cuando se trata de contratar a alguien, no sólo se fijan en sus capacidades, sino que hacen de inmediato una distinción si esta persona proviene de un país distinto o de una etnia diferente y si éste, en el caso de nuestro país es peruano o boliviano, la discriminación es aún peor.

Una vez más recalco que si queremos progresar, hechos como éstos no se pueden dar, no podemos hablar, por ejemplo, que Chile es un país es vías de progreso si aún coexisten semejantes situaciones. Es tiempo de detenernos aunque sea un momento a replantearnos lo que queremos para el futuro, un futuro que debe ser más ameno, libre e igualitario.

Lamentablemente contextos como aquellos no sólo se avizoran como país, sino que a nivel mundial esto se masifica del tal modo que los casos de genocidio se han acrecentado en el último período. Para nadie es un misterio leer en el periódico o ver en el noticiero ataques contra inmigrantes y tampoco lo son las constantes manifestaciones de pueblos originarios, que sólo buscan hacer valer sus derechos y que se les trate con igualdad. Y es por esto, que es preciso destacar otras de las características propias de la posmodernidad, que en conjunto con las dos consignas anteriores, conforma la triada emancipadora. Me refiero a la fraternidad, valor que en la sociedad actual ha quedado relegado a un segundo plano, lo que posee múltiples explicaciones, pero sólo me ceñiré a las más destacadas.

Entre el cúmulo de teorías que lo explican, está aquélla que plantea el marcado relativismo de nuestro tiempo, que otea la verdad, los valores y al ser humano y, por tanto, sus relaciones de fraternidad como un ente fragmentario, que no concibe a la humanidad como un todo, sino como seres distintos, lo que inconmensurables veces se convierte en desuniones, rupturas de lazos, desapego y retorno al primitivismo discriminatorio. A las personas posmodernas les cuesta concebir el lado positivo del “ser diferente”, sólo ven lo negativo, de lo que se infiere la tendencia pesimista de la actual sociedad. Les es casi imposible entender la grandeza y la riqueza de la diversidad, el pertenecer a culturas distintas, el creer en una doctrina diferente, el tener una heterogeneidad de posturas frente a determinados temas.

Poseer pensamientos divergentes nos ayuda a crecer como personas, como individuos y en comunidad, nos permite comprender el mundo desde otra perspectiva. Aquí está la base del cambio, si queremos progresar como sociedad, primero debemos hacerlo nosotros mismos, modificar nuestra arraigada mentalidad individualista y de misantropía, para lograr un mundo donde la discriminación sea cosa del pasado, la libertad un bien preciado y la igualdad un bien social.

Por Jose Patricio Chamorro (Colaboración)

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