lunes, 27 de febrero de 2012

Shame (Steve McQueen, 2011)

El descenso a los infiernos desde un falso edén.



     Primera escena, plano picado sobre un cuerpo casi perfecto envuelto en sábanas, desnudez andando sobre un piso circular, siguiendo una rutina: cocina-agua-ducha-portátil, una banda sonora envolvente. Una perfecta presentación de un personaje, de un cuerpo sin verbo vagando en una rutina aparentemente perfecta. Este es Brandon y su piso, su hábitat. Un apartamento neoyorkino de esencia capitalista, minimalista, higiénico y casi podríamos decir aséptico donde todo sigue un orden y crea una falsa imagen de estabilidad. Esta primera escena, plano secuencia es una delicia, y establece lo que va a ser el film en adelante.

     Brandon es un hombre de cuerpo apolíneo, de canon griego de belleza, moderno, de mirada seductora. Una víctima de la sociedad actual, un triunfador empujado a la soledad, al encerramiento en un cuerpo-prisión insaciable de deseo. Un hedonista con una doble vida, insensible al sentimiento, totalmente vacío e inerte. Fassbender demuestra una vez más que es el actor de moda en Hollywood y nos regala aquí una perfecta interpretación. Una más en la línea del mínimo gesto, de la introspección en la búsqueda de la personalidad del protagonista. Apenas sabemos algo más que el nombre y líneas generales de su trabajo, pero todo lo que obviamos se suple con un conocimiento de las adicciones y vacios emocionales de Brandon. Michael está perfecto en la construcción de un personaje centrado en su vida sexual, y no nos olvidemos que viene de interpretar en su última película a Carl Gustav Jung, el teórico-filósofo por excelencia de la libido.

     Junto a él una Carey Mulligan en estado de gracia tras su excelente papel en Drive. Y es la aparición de ella, como hermana problemática la que extrae a Brandon de su rutina metódica, de su falso edén y éxito ficticio y le trae conflictos que de buena gana deseaba haber dejado anclados en el pasado. Una relación explosiva en la que se intuye un pasado más que traumático de dos caracteres chocantes y atrayentes, necesarios en uno para el otro, y mortales a la vez. Sissy dependiente, sin autoestima y con tendencia al suicidio, él autosuficiente, adicto, obsesivo, ególatra.

     Una interpretación única y muy distinta de New York, New York por parte de su hermana le hace salir de su reino a Brandon, una variación de algo natural, de un tema muy escuchado pero que en este cambio de registro le sorprende y le hace sacar una lágrima. Quizás la mejor escena de la película junto a la inicial, una lástima que sea sucedida de una lamentable y fuera de lugar como el flirteo entre su jefe y hermana. ¿Alguien se cree esta escena?

     La película es una constante pelea cuerpo versus verbo. El director huye del verbo centrándose en el cuerpo, ganador en la batalla de la modernidad, esclavos de él como somos gana todas las batallas en la película. La mejor muestra es el plano donde aunque el verbo está presente y toma protagonismo existe una despersonalización total del discurso ya que solo vemos sus nucas, ni siquiera sus caras, abstracción del discurso y alienación en nuestras vidas.

     Para Steve McQueen (Londres, 1969), cineasta y video artista, Shame es su segundo largometraje tras el controvertido Hunger (2008, por cierto, no estrenada en España). Realiza una disección casi quirúrgica de la adicción, de la voluntariedad de la elección obsesiva, de la alienación social en la que vivimos, de la esclavitud de un cuerpo insaciable, sin alma. Una crítica razonable del hedonismo desbocado, de la incapacidad de mostrar afectividad. Nos ofrece un protagonista del exceso, de la perversión, exhausto ante el placer, sin oportunidad casi del goce, y lo interesante es que lo hace desde un minimalismo y una puesta en escena exigua. Lo mínimo para transmitir lo máximo.

     Heredero del cine de Abel Ferrara y Paul Schrader, excelente discípulo en la creación del infierno dantesco de una ciudad absorbente, de su nocturnidad y bajos fondos. Alumno de Cronenberg en el análisis de las adicciones, del sexo y la perversión y de Kim Ki-duk en la comprensión del vacío emocional y la soledad. Pero si hay una película reciente ante la cual establecemos conexiones rápidamente, esa es Drive en la violencia contenida y por la despersonalización del individuo victima de la sociedad pero con un deseo de querer volver a sentir, de volver a ser humano tras una situación extrema.

     Sin embargo, aunque el metraje sea corto el film se hace largo por momentos, produce hastío y aburrimiento en tramos de la película donde se abusa de la repetitividad. Aunque es una delicia en la estética, alarga planos secuencia hasta la extenuación del espectador. Y en ocasiones se muestra demasiado obvio y explicito.

     Esta fue la historia de un personaje que como dice el verso del tema central “quiere despertar en una ciudad que nunca duerme”.

Por Ardemo.



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